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La emotiva historia de cómo una mujer de Barcelona descubre, ya anciana, que es hija secreta de Companys
Habla del parecido entre el president ajusticiado, presente en una litografía que resistió al franquismo oculta en la Seu d'Urgell y que ayer le trajeron a su casa de Bigues i Riells, y su hija Lidia. «Conocer la verdad me ha dado una tranquilidad asombrosa, me liberó de todos los fantasmas que arrastraba desde niña», cuenta Lili, Lidia. Su madre, Montserrat, 87 años, solo lo supo al despertar de un doble ictus que sufrió en 2013: era hija de Lluís Companys, fruto de su relación amorosa con una mujer mundana y afrancesada, contable de profesión, políglota, separada de su marido y hermosísima, María Antonia Bernardó.
Ambas, hija y nieta ilegítimas (y abandonadas) del que fue president republicano (1934-1940), afrontan el 1-O «con el corazón partido. La razón nos dice que no debemos votar, que todo esto está mal hecho, que los políticos no han sabido negociar, provocando esta situación tan horrible». Pero si hoy domingo amanece y prevalece en ellas el sentimiento, irán a votar «sí» como un homenaje al padre y abuelo ajusticiado.
Creció Montserrat como hija oficial de una hermana de la amante presidencial, Engracia Bernardó, quien jamás la llamó hija sino «la Montserrat», que la puso a trabajar de peón con seis años, cuidando ganado, y que a los 10 la convirtió en obrera del textil. A Montserrat Companys le salvó su corazón grande y su belleza exhaustiva: encontró un marido de Madrid, policía en el aeropuerto del Prat, que le enseñaría a leer y a escribir y le daría dos hijos.
El secreto del 'President'
La emotiva historia de cómo una mujer de Barcelona descubre, ya anciana, que es hija secreta de Companys. Las pruebas estaban en una caja de cartón en un altillo. "Qué feliz soy del nacimiento de nuestra Montserrat", escribe a su amante en abril de 1930. Quiso llevarse a la pequeña a Francia, pero apareció en escena otra mujer... A su nena dejó un dinero del quela niña nunca dispuso. La mujer y su hija reclaman ahora el apellido.Punto y aparte
Y entonces rememora, que su abuelo fue torturado en la DGS de Madrid, en los tristemente célebres calabozos de la Puerta del Sol a donde fue conducido por el Urraca, el agente secreto a quien fue entregado por las SS en la frontera con Francia, Irún. Había sido detenido el 13 de agosto de 1939 en La Baule-les-Pines, cerca de Nantes, a su regreso de París, a donde viajaba con frecuencia para visitar a su hijo Lluïset, internado en un sanatorio psiquiátrico, lo que le impidió marchar a México junto a su hija Maria de l'Alba. Que desde la DGS fue enviado al Castillo de Montjuïc, para ser ejecutado sumarísimamente al amanecer el 15 de octubre de 1940. «Y claro, nada de esto quedó cerrado, es una herida abierta en el pueblo catalán. Mataron a la gente, pero los ideales no han muerto».Lidia Jiménez y Montserrat Capdevila, que ya han declarado notarialmente para reclamar su verdadero apellido, Companys, llevan algo más de un año contándole esta triste y rocambolesca historia de su vida al escritor Julián Fernández Cruz, que próximamente publicará un libro titulado La hija secreta de Lluís Companys. Y él sí se ha puesto en contacto con la familia legítima, en México, quienes al parecer no se sorprendieron de la noticia, ni la negaron, ni pidieron pruebas, «porque era una verdad silenciada que ellos conocían, y en silencio siguen», me cuenta Lidia. Y es entonces cuando Montserrat logra articular su discurso, para decir, con toda la voz que le queda, que «esos señores debieran sentir vergüenza, por haber ocultado la verdad, y debieran buscar nuestro cariño», y de nuevo, mirando la litografía: «¡Cómo se le parece su nieto!», el hermano mayor de Lidia, fallecido en accidente de tráfico a causa, también, de un maldito ictus.
La caja de la verdad
Cuando muere, vísperas de Navidad de 1963, la madre postiza, Engracia, reúne en su casa de Berga a un nutrido grupo de familiares, «vino gente de todas partes que ni siquiera conocíamos -rememora Lidia-. Hicimos el duelo, yo quería muchísimo a mi tía, era la mejor de toda aquella extraña familia; y entonces la Engracia repartió todas sus joyas y cositas entre aquellos desconocidos, y a mí, a mí solo me mencionó al final para decirme: esta caja es tuya. Una caja de cartón feísima, llena de libretas y papeles, ¿para qué iba a querer yo aquello? Me pasé todo el camino de vuelta a Barcelona llorando». Tenía nueve años Lili, y aún recuerda cómo se negó a coger la caja. Su padre hizo lo propio, la metió en el coche y la subió a casa. Y abandonada y cerrada estuvo hasta el pasado 2013.
Montserrat sufre dos ictus consecutivos y Lidia, enfermera de profesión, aparca su trabajo y se dedica en cuerpo y alma a la madre. El tiempo no pasaba en aquella habitación de hospital, «me aburría brutalmente, ya no sabía qué hacer, y un día ordenando algo vi la caja, cogí un par de cuadernos y los metí en el bolso, para leerlos y matar el tiempo». Y allí estaba la verdad. Sus diarios escritos no de manera cronológica sino a base de impresiones, y aquella carta que le helaría la sangre: «Qué feliz soy del nacimiento de nuestra Montserrat (...) mis hermanas no quieren esta relación (...) no te preocupes, la nena es mi locura», y a renglón seguido, sin punto ni coma y en la misma caligrafía acelerada: «te envié dinero por el chófer espero verte en Manresa y ver a la nena», firmado, Luis (no Lluís) Company, y algo que pudiera ser una «S» a modo de rúbrica.
Se conocieron en la logia masónica de Manresa, ambos eran masones, como también lo eran Macià y Azaña, de los que Companys fue respectivamente sucesor en la presidencia catalana y ministro de Marina. Por aquel entonces, él estaba casado con Mercè Micó, con quien tuvo dos hijos y de la que se separó en 1936. «Según se lee en sus cuadernos, las hermanas de mi abuelo rechazaron la relación que mantenía con mi abuela, y como aquello era un matriarcado, acuerdan registrar a la niña como hija de Engracia y su marido, que se harían cargo de ella a cambio de mucho dinero, 100.000 pesetas de entonces (el pacto y el importe de silencio se certifica en una carta del secretario de Compayns a Antonia, marzo de 1930). Pero también se lee que su intención después fue llevarse a la niña y a la madre a París, donde ya vivía su hijo, Lluïset Companys».
¿Y qué ocurrió para que estos planes de París se trucaran? «Que apareció Carme Ballester, con todo su tronío, y mi abuela despechada cambió de opinión, según cuentan sus notas, y ya no iría con la niña a París». Companys contraería matrimonio con su segunda esposa en 1936 y juntos se exiliarían a Francia tras la Guerra Civil. Primero vivieron en París, donde él siguió ostentando el cargo de presidente catalán en el exilio, y a continuación se refugiaron en la región de La Loire, donde fue detenido por las SS el 13 de agosto de 1940.
«Mamá siempre supo que había un vacío en nuestra familia, y yo, también, claro. Mi padre, que había sido siempre muy cómplice de Antonia, aún recuerdo sus largas tertulias nocturnas, callaba y nos decía: son raros, eso es todo, refiriéndose a mis abuelos, que a nosotros nos llamaban los de Barcelona». Y aquellos 77 cuadernillos, que Lidia leyó uno tras otro sin respirar, al paso que su madre iba recobrando el sentido y el movimiento, eran la revelación que tanto habían ansiado las dos, pero que su padre jamás se atrevió a pronunciar, por miedo a represalias en el trabajo y en la sociedad, pleno franquismo. Lidia no aprendió catalán hasta los 37 años, y era considerada la charnega, por tener un padre madrileño y policía; en Madrid tampoco ella y su madre eran bien vistas por la familia paterna, del barrio de Salamanca, «nos llamaban las indias, que era el despectivo nombre para los catalanes, como ahora lo es polacos».
-¿Guardan rencor?
-Rencor, rencor, rencor (repite Lidia)... No, pero te queda algo ahí, las cosas podían haber sido de otra manera: estoy convencida de que la familia de México sabía todo esto, ¿por qué callaron?, ¿por qué siguen callando? La mamá lo ha pasado muy mal toda su vida, y jamás vio una peseta del dinero que dejó el abuelo. ¿Por qué todos permitieron algo así, mientras mi padre soportaba el peso de toda la verdad? No es justo.
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