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Un control de la policía con sacos terreros estrechando la vía, fuerza la parada. Los oficiales observan pasaportes y documentos de identidad, establecen que están en regla y franquean el paso al vehículo. Unos metros más adelante, tras una curva, el coche toma un desvío mientras el resto de automóviles sigue la marcha. No hay señalización a la vista. Tampoco se ven edificios. Poco a poco cambia el escenario y donde había construcciones mal acabadas hay terrenos delimitados con varas de madera, piedras, alguna duna. Un desierto sembrado de olivos. El conductor, un beduino de la zona, explica en voz alta: “Esta es la carretera de la muerte. Ni el Ejército ni la policía se atreven a pasar por ella. Muchos de estos caminos ni siquiera los conocen. Hay muchas zonas aquí dónde sólo nos adentramos los beduinos”.
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La zona se ha convertido en el refugio de grupos terroristas de distinto perfil que si bien llevan años operando en la zona, han enraizado en los últimos cuatro. El que más preocupa al Gobierno egipcio es Wilayat Sina, la provincia del Sinaí, previamente Ansar Beit Al Maqdis, aunque cambiaron de nombre al ponerse al servicio del Daesh. Se cree que fueron ellos los que el pasado viernes mataron a 305 personas en Bir al-Abeda, a unos 40 kilómetros de El Arish. Un área similar a la que hay de camino a Rafah: carretera principal, pueblos aislados, y una miríada de caminos que se pierden desierto adentro en la bíblica península. Los beduinos los conocen como la palma de su mano.
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En los últimos años se han perdido cientos de vidas. 2017 ha sido especialmente sangriento. En el Sinaí los ataques se han centrado en las Fuerzas de Seguridad y en la comunidad copta. Decenas de familias tuvieron que huir de sus casas el pasado marzo por amenazas de los islamistas. Pero los integristas han demostrado que pueden actuar fuera del Sinaí. Atentados contra iglesias en Alejandría y el Delta y contra peregrinos en el Egipto Medio, se han sumado a los habituales contra controles policiales y puestos militares. También los musulmanes sufís, una rama espiritual del islam considerada herética por los integristas, han sido objetivo. Tras acosarles, exigirles cesar en sus ritos e incluso después de forzarles a firmar documentos en los que se arrepienten de su herejía, finalmente llegó el atentado. Habían intentado bloquear el acceso por carretera a la mezquita para prevenirlo, pero no fue suficiente. Los testigos afirman que la bandera del Daesh ondeaba mientras les disparaban.
Asesinatos extrajudiciales
Con las estrictas medidas de seguridad que el Ejército mantiene en la zona los egipcios se preguntan qué está fallando. Cada vez con más frecuencia las críticas contra el presidente Abdelfatah Al Sisi arrecian. A pocos se les escapa que el rais se esfuerza más en acallar a sus opositores que en luchar contra el Daesh. Y no ven claro que la política antiterrorista esté funcionando. “Desde hace años el Ejército nos alimenta con información extremadamente increíble. No podemos confiar en ella y cuando observamos los números, cuando investigamos un poco, descubrimos que la mayor parte de ello son informaciones fabricadas”, explica Mohannad Sabry, periodista e investigador especializado en el Sinaí.Uno de los casos más notables fue corroborado por Amnistía internacional (AI). En abril un canal egipcio difundió el vídeo en el que un grupo de militares ejecutaba a sangre fría a supuestos terroristas desarmados (algunos con los ojos vendados) y montaban un escenario en el que se disponían los cuerpos junto a armas. Meses antes, el Ejército a través de su página de Facebook había difundido las fotografías de esos supuestos terroristas junto a sus supuestas armas y asegurado que habían sido “eliminados” en un intercambio de fuego.
Como este, Sabry denuncia que se han producido cientos de asesinatos extrajudiciales. “Algunas veces nos encontramos con el Ejército publicando fotos de terroristas muertos y al día siguiente nos despertamos con la llamada de la familia diciendo que ese es su hijo y que fue arrestado dos semanas antes en su propia casa. Eso pasó por ejemplo en El Arish donde gente inocente fue arrestada y aparecieron seis meses después asesinados en un escena teatral totalmente fabricada”, recuerda aludiendo al caso documentado por AI. El Ejército asegura haber eliminado a 3.000 terroristas, según informaciones publicadas a través de su página de Facebook, una cifra muy superior al número estimado de militantes que previamente había reconocido que hubiera en el Sinaí.
En un café en El Cairo, un hombre que hace negocios en el norte del Sinaí y que prefiere omitir su nombre para evitar represalias, muestra unas fotos en su portátil: olivos arrancados, casas derrumbada, colegios con impactos de bala y en ruinas. Logró sacarlas en su móvil porque “en Rafah ya no hay electricidad”, así que no tenía batería cuando le pidieron mostrar su contenido. “Lo han borrado todo del mapa”, lamenta.
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El encarcelamiento y los abusos sobre la comunidad beduina durante décadas es lo que ha permitido que el terrorismo se haya hecho fuerte en el Sinaí históricamente. Reprimen a la población local que sería fundamental para las labores de inteligencia y provocan con sus asesinatos extrajudiciales de supuestos terroristas que los jóvenes se unan a los extremistas. Especialmente en estos últimos años esa política de tierra quemada está demostrando ser contraproducente. “Ha creado el caldo de cultivo perfecto para que prospere el radicalismo. El Gobierno sigue sin darse cuenta de que es una política contraproducente y que esa política es parte del problema. Y en lugar de revisarla o de cambiarla [cuando la denunciamos] nos imputan y nos fuerzan al exilio”, subraya Sabry.
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La respuesta de Sabry es clara: “Fallo absoluto de inteligencia en términos de control de movimiento de armas y terroristas y despreocupación por proteger a la comunidad”. La especial orografía del Sinaí y el conocimiento profundo que las tribus beduinas tienen de ella sería un activo a utilizar que el Gobierno ignora. La respuesta de los analistas dentro y fuera del país es que el presidente egipcio está invirtiendo más en aplastar a la oposición que al Daesh, y su política en el Sinaí empieza a parecer más un problema que una solución.
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“Sisi es un paranóico. El régimen cree que dar poder a la comunidad es algo negativo y que si los líderes tribales ganan influencia eso fortalecerá a la oposición y sus demandas de justicia y desarrollo económico. El Gobierno no quiere que la sociedad civil trabaje porque creen que se convertirán en oposición o fortalecerán a la comunidad para convertirse en la oposición”, concluye el periodista. “No puedes convencer a un Gobierno de trabajar con una comunidad si ese gobierno ve a la comunidad como una oposición en potencia”. Sabry habla sobre el Sinaí pero el patrón se hace extensivo al resto del país. Con más de 40.000 prisioneros políticos (hay quien eleva la cifra a 65.000) las cárceles son otro caldo de cultivo para la radicalización en el que se mezclan terroristas del Estado Islámico, islamistas de los Hermanos Musulmanes, jóvenes y activistas de izquierdas, y cualquiera que haya pasado por el lugar equivocado en el momento equivocado. Por ejemplo, Mahmud Abu Zied, Shawkan, un fotógrafo que lleva cuatro años en la cárcel acusado de terrorismo por cubrir la masacre de Rabaa el Adawiya.
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“Si la política fuera a cambiar, lo habría hecho mientras cientos de militares eran asesinados estos años, pero nunca ha cambiado”, argumenta Sabry. Hablamos de un Gobierno “al que no le importan ni le preocupan las pérdidas de civiles”. A Sabry le parece que “es ingenuo pensar que el Ejército egipcio, al que no le ha importado las víctimas civiles mientras bombardeaba las villas del sur de Rafah, de repente cambiará su política por la muerte de civiles en un ataque terrorista.
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